
Nuestro miedo más profundo
16/03/23Existe en todos nosotros la posibilidad de acercarnos al dolor de nuestras propias heridas y al potencial que nos habita con una mirada que contemple la integridad. La integridad a la que me refiero es el reconocimiento de que no estamos rotos, que a pesar de todos, mientras seguimos vivos y, aunque hayamos sufrido, en el centro de nuestro ser nada se ha quebrado. Los seres humanos somos íntegros porque nuestro corazón siempre puede sanar y porque podemos buscar la felicidad hasta el último segundo. Esa integridad es inalterable y poder recordarlo en momentos de aislamiento y sufrimiento también es posible.
Esto requiere ante todo coraje y el compromiso de cultivar una y otra vez una mirada renovada sobre nosotros mismos que cuestione y desafíe nuestras narrativas, esas historias cerradas, repetidas y demasiado conocidas que nos venimos contando y que le contamos a otros con nuestra manera de estar en el mundo, de responder a patrones, de cumplir expectativas, transitar caminos ajenos, obedecer voces y confirmar miradas.
En este proceso de abrirnos a nuevas posibilidades aprendemos que nuestra manera reactiva y repetida de relacionarnos con la experiencia fueron en el pasado estrategias de supervivencia y muy necesarias en momentos en que sentimos que nuestra seguridad e integridad estaban amenazadas y hoy son formas en la que nuestra vida y quienes realmente somos en ella, se ve limitada y muchas veces apagada.
Animarnos a reconocer y revisar esas forma de ser y estar puede ser desafiante muchas veces, porque también nos deja expuestos a la luz que nos ofrece el potencial de lo que somos capaces. A veces esa luz encandila, a veces da miedo y es ahí cuando volvemos a hacernos chiquitos al encerrarnos en esas historias. Nos mostrarnos injustamente más pequeños para protegernos y sentirnos menos expuestos, y aparentemente y erróneamente, menos vulnerables. Y así podemos pasar la vida, y a cambio podemos pagar un precio demasiado alto por esa aparente seguridad que nos impide existir plenamente, desplegarnos en libertad, con esa luz propia, que nos hace ser quienes somos en verdad.
Cada vez siento con más claridad que en el preciso momento en donde nos encontramos en ese encierro que ahoga, nos limita y oscurece podemos abrirnos compasivamente a la posibilidad liberadora de recordarnos con inmensa gentileza y coraje que mientras estemos vivos podemos volver a empezar, mientras estemos respirando hay espacio para volver a mirar, de verdad aquello que siempre fuimos, que nunca nos abandonó y que es inquebrantable y nos espera paciente allí para poder brillar en paz.
Mientras escribía estas líneas recordé un poema que les quiero regalar aquí.
Gracias por leerme hoy.
María Noel
——–
Nuestro miedo más profundo
Nuestro miedo más profundo no es el de ser inapropiados. Nuestro miedo más profundo es el de ser poderosos más allá de toda medida.
Es nuestra luz, no nuestra oscuridad, lo que nos asusta.
Nos preguntamos: ¿Quién soy yo para ser brillante, precioso, talentoso y fabuloso? Más bien, la pregunta es: ¿Quién eres tú para no serlo? Eres hijo del universo.
No hay nada iluminador en encogerte para que otras personas cerca de ti no se sientan inseguras.
Nacemos para poner de manifiesto la gloria del universo que está dentro de nosotros, como lo hacen los niños. Has nacido para manifestar la gloria divina que existe en nuestro interior.
No está solamente en algunos de nosotros: Está dentro de todos y cada uno.
Y mientras dejamos lucir nuestra propia luz, inconscientemente damos permiso a otras personas para hacer lo mismo. Y al liberarnos de nuestro miedo, nuestra presencia automáticamente libera a los demás.”
Marianne Williamson
Nota: Este poema de la escritora estadounidense fue leído por Nelson Mandela en el discurso que dió al asumir como Presidente de Sudáfrica en 1994 cuando fue democráticamente elegido, después de haber pasado 27 años en la cárcel.
Notas relacionadas
Notas sobre Mindfulness, psicoterapia, investigación, proyectos y actualidad.
IR AL BLOG